ASSA: PROTAGONISTA DE UNA RED DENTRO DE CASA/ITALIA

ASSA: PROTAGONISTA DE UNA RED DENTRO DE CASA/ITALIA

Desde el 25 de noviembre acogemos de nuevo una refugiada eritrea de 25 años procedente de un campo de refugiados en Etiopia, donde vivió casi dos años. Llamémosle Assa[1]. Ahora que explotó la guerra también allí, volvieron a abrir los corredores humanitarios que se habían cerrado por el virus y gracias a ello llegó a nuestra comunidad de Bolonia.

Assa nació en Addis Abeba en 1995, y fue expulsada a Eritrea a los 4 años. Dejó su país a finales de noviembre de 2018.

Razones: como todos los estudiantes, tenía que hacer el último año de secundaria en un centro militar donde se hacen seis meses de escuela y seis de entrenamiento militar.

Ella misma nos lo cuenta: Allí llegué en julio 2012, la situación era muy difícil y tenías que ejecutar cualquier orden sin poder hacer preguntas. Después de un año nos dieron un mes de vacaciones y todos nos fuimos a casa. En ese momento nos habrían dicho los resultados de los exámenes y si podíamos seguir con la universidad.

Después de dos semanas, supe que no había conseguido un resultado suficiente para la universidad, a la que se admiten muy pocos estudiantes, ni para el diploma. Después de una semana nos dijeron que volviéramos al centro militar donde tendríamos una formación profesional de dos años. Esto es muy extraño, porque por lo general vuelve la gente que ha obtenido buenas notas para continuar sus estudios, los demás se inician en formaciones profesionales y luego trabajan en el ejército. Pero hay constantemente cambios y nuevas leyes y esperábamos que hubiera una oportunidad de estudiar para todos.

Cuando volvimos, no hicimos nada durante dos semanas, y luego nos dijeron que íbamos a hacer ejercicios en los que teníamos que caminar. Caminamos durante tres horas y nos dijeron que, como soldados, teníamos que practicar todo el tiempo, no podíamos parar. Mientras tanto, llegaban al campamento diversos materiales: sartenes, recipientes de agua… pero no podíamos preguntar para qué iban a servir. También los veíamos construir camillas con el material que tenían. Nos llamaron para decirnos que teníamos que estar preparados para otro ejercicio de senderismo y, por supuesto, no respondieron a nuestras preguntas sobre a dónde iríamos. Nos pusimos en camino a las cinco de la tarde hacia lo desconocido. Todos estábamos empezando a preocuparnos y algunos pensaban en huir porque no confiaban en ellos. Yo también lo pensaba porque nunca había elegido ser militar, que allí dura toda la vida. Me retenía la esperanza de poder estudiar y además estábamos rodeados de soldados y era imposible escapar, también porque, si te capturaban, los castigos eran muy fuertes. Entre otras cosas, las zonas fronterizas estaban patrulladas y a los que capturaban les dejaban sin zapatos para evitar un nuevo intento, ya que el territorio es muy difícil.

Si no regresaban, no sabíamos si lo habían logrado porque podían ser comidos por las hienas en el camino.

Caminamos 30 kilómetros sin llevar nada porque nos dijeron que nos quedaríamos unos días. No quieren que estemos tranquilos, nos tienen la mente y el cuerpo ocupados porque si tenemos tiempo para pensar, podemos pensar en desobedecer, en huir. Los castigos también son exagerados por la mínima cosa, siempre para mantenernos ocupados.

Cada día caminábamos 3/5 horas, según la dificultad del camino. Nos levantábamos a las 4:00 o 5:00 para caminar con el frío y nunca sabíamos dónde íbamos a ir. Un día intenté escapar con una amiga, pero nos recuperaron. Por el lugar donde nos encontraron y por el hecho de que no teníamos la mochila, dijimos que nos habíamos perdido, pero nos quitaron los zapatos.

Un día llegamos a una presa: por fin, después de tanto tiempo, podíamos lavarnos. Allí nos quedamos más tiempo para descansar antes de la etapa final. Algunos niños, mientras se bañaban, fueron absorbidos por las arenas en el fondo del río, murieron y fueron enterrados por los demás. En ese momento nos dijeron que nos pusiéramos en camino aunque hacía un calor insoportable porque eran como las 3:30. Llegamos a nuestro destino después de dos horas y cuarenta, el viaje más corto que habíamos hecho.

Estábamos cada vez más desalentados, pero los soldados nos mantenían bajo amenaza. El camino se hizo cada vez más difícil porque se subía a la montaña. Muchos empezaron a enfermar, incluso de diarrea, cansados, hambrientos, con poca agua. Los enfermos eran transportados en un coche o una camilla. Yo tenía una infección en los pies.

Después de un largo camino y cada vez más desalentados, llegamos a un lugar donde todo empezó a cambiar: quien intentaba escapar y era capturado, era encerrado en una prisión subterránea, se hacía un agujero en la parte superior y se cubría con espinas para que no se pudiera escapar. Comenzamos a entender que se trataba de un campamento: se nos ordenaba cavar hoyos que se convertirían en baños o construir con leña estaciones de duchas. Ahora los capturados también fueron golpeados.

El deseo de seguir estudiando era la única razón por la que tenía la fuerza para continuar. Al final, la noche del 3 de enero de 2014, decidí huir con otras tres chicas, que eran mis amigas de antes. Durante la huida, recorrimos caminos más largos pero más seguros y nos encontramos con otros estudiantes que escapaban como nosotros. El 7 de enero, que para nosotros es el día de Navidad, finalmente llegamos a mi ciudad, donde también los demás pudieron descansar antes de reanudar el camino hacia sus familias. Llegamos por la noche, así que nadie nos vio, pero la gente sabía que yo estaba allí y me hacían preguntas. Yo inventaba excusas y mientras tanto estudiaba. También había redadas y entonces me trasladaba a otros lugares. Y así terminó también el 2014.

En enero de 2015 empecé a trabajar en una institución católica que quería ayudarme. Continué allí hasta 2018, año en que se celebró el acuerdo de paz entre Eritrea y Etiopía y se abrieron las fronteras. Aproveché la ocasión para desplazarme a Etiopía, justo a tiempo, porque después de un mes y medio han cerrado las fronteras y se han vuelto aún más encarnizadas. Estuve en un campo de refugiados.

Luego un pariente sacerdote mío que vive en Italia me señaló a San Egidio por los corredores humanitarios.

No podría volver a mi país porque tendría un castigo militar por haber dejado el ejército, haberme escondido y haber salido del país ilegalmente, y también porque sabrían que he dicho esas cosas. Mis padres siempre dijeron que no me vieron y que no sabían dónde estoy, así que están a salvo.

Habíamos ofrecido acoger dos chicas que hubieran compartido vida con las chicas de la residencia. Estaba pensado para que no se aislaran sino compartieran vida para que fuera una gran oportunidad de enriquecerse todas.  Llegó una sola y volvimos a pensar lo que sería mejor para ella.

Mientras tanto una ex residente que siempre ha quedado con una excelente relación con nosotras, visitándonos, llamando cuando necesitaba un buen consejo, participando a los encuentros nacionales de Familia ACI, nos llamó porque le habíamos ofrecido acogida en nuestra casa si la necesitaba y de hecho la necesitaba.

Ella llegó un poco de tiempo antes, el 19 de octubre. Así le pedimos hacerle de tutora, compartiendo habitación y vida, cosa que le encantó. La ex residente estaba lista hace un año para ir a nuestra misión de Manta, en Ecuador, para un año, cuando el virus le bloqueó el sueño. Ahora la misión le vino aquí.

Involucramos en el cuidado de la chica eritrea otras dos chicas de la residencia, que estaban añorando experiencias de servicio y ya lo tenían en casa.

Las dos “refugiadas” comen con la comunidad, con lo que disfrutan mucho y hacen comunidad, y cenan en la residencia con las otras chicas con quienes comparten mucho de su historia y cultura. Está siendo una experiencia preciosa. Las estudiantes de la residencia la acogieron con mucho cariño e interés por su cultura y ella se insertó con naturalidad. Se siente muy en casa y agradecida por el cariño y el cuidado con que la hemos acogido, se le ve muy a gusto, alegre y relajada y con ganas de compartir lo que va viviendo, aun lo hondo.

Es una chica inteligente, con ganas de aprender y muy consciente de que esta es su ocasión. Poder volver a empezar en un país donde se vive en paz, sin tener miedo y además con una “familia” es para ella como volver a nacer.

Escuchemos de nuevo a Assa: Cuando llegué a Italia, el 11 de noviembre, sabía que estaría con las monjas y estaba un poco preocupada por no saber cómo me encontraría, me sentía asustada. Luego tuve que hacer la cuarentena y mientras tanto hicimos dos llamadas en video durante las cuales nos reímos tanto que mis compañeros me preguntaban por qué, qué estábamos diciendo…

Luego llegué al convento e inmediatamente la monja me recibió con un gran abrazo, a pesar del virus, y me sentí muy bien, muy bienvenida. Luego bromeó sobre una maleta muy pesada que tenía preguntándome si había metido a mi familia en ella. Eso también me tranquilizó porque si hubiera sido más seria, me habría asustado.

También me ayudó mucho encontrar aquí a otra chica italiana con la que comparto la habitación, porque ella me toma de la mano como una niña y me introduce en este nuevo mundo.

El encuentro con las chicas de la residencia es muy cordial: cada vez que me ven, me preguntan: “¿Cómo estás?”. Siento mucha atención por parte de todas, todas interesadas en que esté bien y eso me hace sentir bien.

También para la comunidad es una riqueza tenerla en casa, tan metida en nuestra vida, tan alegre, disponible y con tanta capacidad de disfrutar con todo. El Señor multiplica vida cuando compartimos y por ella compartimos también trozos de camino con el responsable de una comunidad de primera acogida aquí en Bolonia adonde ella llegó. Y esto era un proyecto de colaboración que fue parado por el virus antes de empezar. Todo estaba ya organizado con nuestras chicas y seguimos esperando volver a la normalidad para por fin poder empezar.

Tiziana Petripaoli, aci


[1] Nombre ficticio