HE CRECIDO EN LA ESPIRITUALIDAD IGNACIANA. TERCERA PROBACIÓN

HE CRECIDO EN LA ESPIRITUALIDAD IGNACIANA. TERCERA PROBACIÓN

He crecido en la Espiritualidad Ignaciana. Desde bien pequeña, en el colegio y la pastoral, “buscar y hallar a Dios en todas las cosas”, o “en todo amar y servir”, han sido máximas que acompañaban e iban vertebrando mi vida de fe y el modo de entender el seguimiento de Jesús.

Quizás, es esta la razón por la que mi corazón se conmueve con las palabras de aquellas primeras Hermanas de la incipiente comunidad de Córdoba, cuando el obispo quiso hacer “ciertas modificaciones” en las reglas del que iba a ser nuestro Instituto.

¡Queremos las reglas de San Ignacio! Dijeron ellas, y se mantuvieron firmes hasta el punto de tener que salir de Córdoba. Y es que, la Espiritualidad Ignaciana está en la base de nuestro Instituto incluso antes de que éste naciera y le ha dado un modo de ser propio a la realización de nuestro carisma (C. 14).

En alguna ocasión, en la misión con los jóvenes, me han preguntado: “Entonces, ¿Vosotras sois como los jesuitas, pero en mujeres?” Es sabido que San Ignacio no quería mujeres en la Compañía, sin embargo, compartir la Espiritualidad con los jesuitas o con otras congregaciones femeninas ignacianas, nos impregna un aire de familia que parece ser reconocible y, como dicen nuestras Constituciones, le da un modo de ser propio a la

realización de nuestro carisma, que fue lo que me atrajo desde que conocí las Esclavas.

“Poner a Cristo a la adoración de los pueblos” fue deseo de Santa Rafaela M. La adoración nos abre a un modo contemplativo de vivir, se convierte en un tiempo del día privilegiado en el que el Señor guía nuestra mirada y modela, a Su modo, nuestro modo de ver la realidad.

Nos transforma a nosotras, para que sepamos reconocerlo en todo y en todos, nos pone en la práctica de ser mujeres “contemplativas en la acción” y nos hace permanecer activas en la contemplación para más amar y servir.

La Espiritualidad Ignaciana es columna vertebral de nuestro Instituto. Esto se refleja, al leer nuestras Constituciones, en nuestro modo de gobierno, la formación o la misión, pero si hay algo que realmente vertebra, alimenta y renueva nuestra vida como religiosas cada año, son los Ejercicios Espirituales. “El veranillo del alma” lo llamaba Santa Rafaela, “porque se recoge para todo el año y cada año parece que se hacen de nuevo” (carta a Srta. Rosalía Tabernero, 1885).

El grupo de terceronas, acabamos de tener la suerte de haber hecho vida estas palabras, pues acabamos de terminar el mes de Ejercicios, en Torricella. Un tiempo de profunda Gracia para cada una, en el que el Señor se nos ha regalado y nos invita a vivir con Él y como Él cada día de nuestras vidas, para que enteramente reconociendo tanto bien recibido, podamos en todo más amar, adorar y servir a Dios nuestro Señor, en cada uno de nuestros hermanos y hermanas.

Montse Chías, aci