DÍA 9

MUERTE

Rafaela, en los últimos años, pasó muchas horas sentada en una hamaca. Tuvo muy mal una rodilla. Seguramente pasaron muchas imágenes por su mente estando tantas horas allí sentada, la película de toda su vida, llena de nombres, de rostros, de encuentros, de deseos… sin duda también ratos largos y hondos de conversación con su Dios. 

Muchas horas de oración, de unión íntima con su Jesús. Recordamos el episodio de cuando su enfermera la encuentra caminando con dificultad y le dice que por qué no se queda en la tribuna que está más cerca de su cuarto, y ella le dice “porque quiero estar más cerca de Jesús”. También le preguntaba, al final de su vida, qué le dice al Señor tantas horas delante de Él… y ella le contesta: “nada, yo le miro y Él me mira” 

Su vida consagrada fue una vida de entrega total, de fidelidad; de vida gastada por el Reino, de vida bien vivida, día a día, buscando siempre lo mejor y lo que más gloria de Dios sea; gozosa “de servir a tan gran Señor”. Vida que habla de generosidad, de gratuidad, de libertad profunda, de sentido pleno, de lucidez permanente, de fortaleza ejemplar. 

Recogemos aquí el relato de su muerte:

“El 6 de enero de 1925, la M. Sagrado Corazón amaneció mucho peor que de costumbre. —¿Qué pasa, Madre? —le habló cariñosamente la enfermera—. ¿Es que quiere irse ya para siempre con el Niño? —Me parece que sí —respondió tranquilísima la enferma—. Por favor, Hermana, cuando parezca que ya me he muerto, sígame diciendo el nombre de Jesús al oído. Yo no podré ya decirlo, pero me gustaría oírlo hasta el final.

Poco más habló ya. Estaba orientándose definitivamente a la otra orilla de la vida, allí donde no es preciso articular muchas palabras. Cuando llegó el P. Marchetti, el jesuita que le había confesado tantos años, ya no pudo decirle nada. Parecía sumida en un profundo sopor, pero todavía abrió unos ojos muy limpios, que miraron al sacerdote como de despedida. Hacia las seis de la tarde expiró suavísimamente. En la iglesia de Via Piave, en su iglesia, se daba en este momento la bendición con el Santísimo”.

Pobre de espíritu, pero libre hasta el final, y más ahora a las puertas de la eternidad, la M. Sagrado Corazón fijó su mirada lúcida en la M. Purísima y le hizo una recomendación suprema: “Seamos humildes, humildes, humildes, porque sólo así atraeremos las bendiciones de Dios”.


En la última carta que tenemos publicada de ella, del 3 de diciembre de 1924 escribe a Don Antonio Pérez Vacas, sacerdote, para darle el pésame por la muerte repentina de su hermano. “Hemos de acatar siempre y en todo la voluntad santísima del Señor, que en todos tiempos sabe mejor que nosotros lo que a cada cual conviene”.

“Jesús, viendo a su madre y al lado al discípulo predilecto, dice a su madre: -Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dice al discípulo: -Ahí tienes a tu madre. Y desde aquel momento el discípulo se la llevó a su casa. Después, sabiendo que todo había terminado, para que se cumpliese la Escritura, Jesús dijo -Tengo sed. Había allí un jarro lleno de vinagre. Empaparon una esponja en vinagre, la sujetaron a un hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús tomó el vinagre y dijo: -Todo se ha cumplido. Dobló la cabeza y entregó el espíritu”.

(Jn 19, 26-30)

Desde mi experiencia de vida, hasta hoy, me paro a pensar y me puedo preguntar:

¿cuál sería “mi epitafio de vida”?

Oración a Santa Rafaela María

Con Rafaela, rezamos su “OFRECIMIENTO COMO VÍCTIMA DE AMOR”.

“Dios y Señor mío, Yo temo entregarme a vuestra divina voluntad como si fueseis un juez riguroso y no un padre amoroso, y en esto ofendo vuestra infinita misericordia, de la cual tantas pruebas he recibido en toda mi vida. Esto ya cesó, y en este momento me entrego irrevocablemente a vuestros divinos designios, sean dulces o amargos, para que dispongáis de mí según Vos, Jesús mío, queréis, que como vuestra por tantos títulos, grande derecho tenéis.

Yo espero, con vuestra gracia, matar de una vez mis deseos, estar contenta de todo y decir sí a todo, y alimentar hacia Vos constantemente tan gran confianza, que todo advenimiento, aun el más humillante y doloroso, lo reciba como un don preciosísimo del amor con que por mí arde vuestro Divino Corazón”.

Roma, 20 de diciembre de 1900.

María del Sagrado Corazón de Jesús.

Víctima de amor.